Cuando el implacable conflicto de Yemen llegó a la ciudad de Taizz, Ashwaq vio cómo su vecindario se desmoronaba. En medio de los bombardeos, su casa se incendió. Ella, su esposo y sus cuatro hijos—incluido un hijo que es paralítico—huyeron para salvar sus vidas.
COVID-19 es como una tormenta, una tormenta atronadora y poderosa a lo largo de todo el mundo. Si no lo sabíamos antes, ciertamente ahora sabemos dónde están los agujeros en nuestros techos o dónde no hay techos. Vemos cada vez más claramente quién se empapa, quién se muere y quién permanece seco.
Nuestro mundo ha alcanzado un hito desgarrador: la pandemia de COVID-19 se ha cobrado ya dos millones de vidas. Detrás de este número abrumador hay nombres y rostros: una sonrisa que ya solo es un recuerdo, un sitio en la mesa que siempre estará vacío, una habitación donde resuena el silencio de alguien querido que no volverá. En memoria de esos dos millones de almas, el mundo debe ser mucho más solidario.
El 11 de enero, el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, designó a Salvator Niyonzima de Burundi como Coordinador Residente de las Naciones Unidas en Benin, con la aprobación del Gobierno anfitrión.
El 6 de enero, el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, designó a Sara Beysolow Nyanti de Liberia como Coordinadora Residente de las Naciones Unidas en Nepal, con la aprobación del Gobierno anfitrión.
El 11 de enero, el Secretario General de las Naciones Unidas, António Guterres, designó a Elena Panova de Bulgaria como Coordinadora Residente de las Naciones Unidas en Egipto, con la aprobación del Gobierno anfitrión.
A finales de 2020, COVID-19 había acabado con la vida de casi 2 millones de personas y dejó a muchos millones más con lesiones duraderas. También condujo a mayores crisis a nivel de salud, empleo, educación, violencia doméstica, migración, y más. Son muchos fuegos que apagar. Pero las Naciones Unidas están diseñadas para hacer frente a muchos desafíos a la vez.
En su primer gran discurso del año, el Secretario General de la ONU subrayó la necesidad de cooperación mundial para abordar los desafíos actuales, como la pandemia de COVID-19 y el cambio climático.
Cuando el desastre golpeó el corazón de Beirut, el Líbano ya se estaba recuperando de los disturbios civiles, las dificultades económicas y financieras, el aumento de la pobreza y el desempleo agravados por las tensiones políticas y un número vertiginoso de casos de COVID-19. Esto se ha visto agravado aún más por la pesada responsabilidad derivada de refugiados sirios y palestinos.